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SHANGRILA O SHAMBALLA, EL PARAISO PERDIDO DE LOS MAESTROS ESPIRITUALES | ||||
David Wallenchinsky (**) e Irving Vallace
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1.entranda
shambala
Entre los
antiguos mitos budistas figura un paraíso perdido, conocido como Chang
Shambhala, la fuente de la sabiduría eterna donde vivían seres inmortales en
armonía perfecta con la naturaleza y el universo. En la India, oculto entre los
Himalayas, se llama Kalapa, mientras que la tradición china lo ubica en los
montes Kun Lun. Asimismo, en la antigua Rusia se hablaba de la legendaria
Bielovodye, la Tierra de las Aguas Blancas, donde vivían santos ermitaños de
inmensa sabiduría. James Hilton, en su novela Horizontes Perdidos, recreó el
mito y lo llamó Shangri-La.
01.
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El Hinduismo, el Shamanismo y el
Budismo, todos ellos
conservan tradiciones que
postulan a Shamballa como
la fuente misma de su religión.
Por miles de años se han escuchado relatos acerca de algún lugar más allá del
Tibet, entre los majestuosos picos y apartados valles del Asia central,
que persiste como un paraíso
inaccesible, un oasis de sabiduría universal y paz, llamado Shamballa.
H. P. Blavatsky fue la primer
ocultista occidental que
escribió sobre la existencia de
aquel santuario
del Asia Central, al que llamó
mítica Shamballah. Dijo que era una ciudad etérica en el Desierto de Gobi que
servía de cuartel invisible a los Mahatmas, la Gran Fraternidad de Maestros
Espirituales que trabajan detrás de la escena, guiando y protegiendo a la
humanidad.
También sabemos que, en los años
treinta,
Nicholas Roerich, el artista e
instructor espiritual ruso, pasó muchos años en expedición por aquella parte
del globo, en busca de Shamballa y su Sabiduría. Por las mismas fechas,
también se conocía a Shamballa
por el nombre
de Shangri-la, así mencionada por
James Hilton en Horizontes Perdidos (1933). Tanto en la novela, como en el film
que le siguió, esta tierra fue retratada como un centro de felicidad, propósito
y eterna juventud.
EL SHANGRI-LA DE JAMES HILTON
Como esos espejismos que en el
desierto
siempre están unos pasos delante
pero el viajero
sediento nunca alcanza,
Shangri-La es un mundo
escondido al cual parece
imposible acceder.
La antigua creencia budista dice
así: Para llegar, no es preciso contar
con un mapa o guías avezados,
sólo es necesario estar preparado íntimamente.
Entonces, lo inefable aparecerá
ante la vista en todo su esplendor.
¿Es Shangri-La el paraíso perdido
donde habitan hombres perfectos, la Kalapa de los hindúes? ¿Es el valle oculto
de Kun Lun donde, según los chinos, viven seres inmortales?
¿Es la Tierra de las Aguas
Blancas, la Bielovodye rusa, aquella de los santos ermitaños de gran sabiduría?
¿O es Chang Shambhala, el lugar sagrado de los budistas
donde se encuentra la fuente de
la eterna sabiduría?
Es todos y no es ninguno. Como
los espejismos,
está y no está. Sólo espera al
peregrino de corazón límpido y
espíritu abierto para ofrendarle
sus misterios.
En su novela Horizontes Perdidos,
el escritor inglés
James Hilton construyó un mundo
ideal, al que llamó Shangri-La
(un nombre de su invención
convertido al poco tiempo en sinónimo de lugar edénico).
Estaba poblado por un grupo de
elegidos provenientes de distintas partes del mundo
y eran gobernados por un Dalai
Lama muy especial: el misionero
católico Francois Perrault, de la
orden de los Capuchinos, que había arribado al Tíbet en 1734 y
seguía vivo hacia 1930, fecha en
que transcurre la mayor parte de la novela. Hugh Conway,
joven cónsul inglés en la India,
llega con otros tres británicos
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